LA REDACCIÓN : PARTE 1

 


Había salido corriendo como casi siempre de la cafetería, mi margen de llegar tarde a la redacción, rayaba el límite y los diez minutos de trayecto se convertían en una prueba de obstáculos, no por la dificultad, si no más bien por todo tipo de personajes que me encontraba y a los cuales debía evitar para no entrenarme más, parecía que el destino me los ponía adrede para que no cumpliera con mi misión y la verdad es que lo conseguía.

Hoy no era el caso, mi camino estaba despejado hasta la entrada del periódico.

Buenos días, Toni. Un señor mayor, algo rechoncho que gobernaba el mostrador de recepción me reconoció.

Bueno días, Alberto ¿cómo tenemos la mañana? Alberto, llevaba trabajando allí desde que pusieron las primeras piedras del edificio, así que era una autoridad y todo el mundo lo respetaba. Incluso yo. Más que ser el conserje del periódico, para mí era mi confidente, me ponía al día sobre todo lo que ocurría por aquellas plantas y pasillos. Yo como a cualquier informador lo tenía contento, mis sobornos consistían en traerle cruasanes de la cafetería de Philippe, por algún motivo que aún no comprendo les tenia devoción, la famosos receta de la abuela Juliette.

Aún no ha llegado el director, así que la cosa esta tranquila, pero tu redactor jefe ha llegado y venía hablando en arameo, ya sabes lo que tienes que hacer. Alberto se refería a que debía entra por la parte de atrás de la redacción de sucesos, dado que mi mesa estaba justo allí y el despacho del redactor jefe, se encontraba en el otro extremo de la sala, de ese modo no me vería llegar y soportar un discurso en arameo.

No sé qué haría yo sin ti, no saben los del CNI, lo que se están perdiendo contigo. Le guiñé un ojo y me dirigí hacia el ascensor. Diez plantas por encima se encontraba la redacción de sucesos, justo por debajo de la del director, que coronaba el edificio. A veces un trayecto de menos de un minuto, puede convertirse en toda una eternidad.

Espere que yo también subo. Esa voz no me gustó, Alberto tenía razón el director no había llegado aún, lo estaba haciendo en ese momento.

Buenos días señor director. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Era lo último que desea cualquier trabajador, compartir un habitáculo de dos metros cuadrados con el mandamás de la empresa. Era un tipo imponente, metro ochenta y cinco, corpulento, pelo corto engominado hacia atrás, rostro curtido, de mirada intensa, enfundando en un traje negro, con camisa blanca y corbata anudada hasta el cuello, de grandes manos que sujetaban un maletín gris a juego con su corbata. A sus casi sesenta años  era un fanático del crossfit, decía que le ayudaba a liberar la tensión que le provocábamos.

Con esos antecedentes, uno no sabía si dar los buenos días, o pedir perdón sin más. Su mirada se centró en mi mochila, dado que a mí no me llegaba el presupuesto para ir con maletines.

Buenos días señor Lessans, le felicito por la entrevista de ayer, fue muy comentada  incluso la editorial se puso en contacto para darnos las gracias por el trato recibido, espero que siga en la misma línea. Y mientras concluía su felicitación con su mano sobre mi hombro, yo no articulaba palabra alguna, el director felicitándome por una entrevista que para mi había sido un fracaso profesional, era el momento de contarle lo sucedido, que no me dejaron preguntar lo que quería y que tan solo fue una estrategia de marketing. Pero no todos los días te felicita el director y sabía que ese punto ganado, seguramente no tardaría en perderlo, así que había que compensar.

La puerta del ascensor se abrió indicando el final de mi inacabable viaje, veía la luz al final del túnel, bueno más bien mi redacción, donde me esperaba el arameo de mi jefe, una vez fuera me di cuenta de que no me había despedido del director.

Muchas gracias señor director, que tenga un buen día. Es todo lo que se me ocurrió decirle mientras se cerraban las puertas, es más no sé si llegó a oírlo, menudo desastre, creo que ya había perdido el punto a mi favor, volvía a tener el casillero a cero, o eso creía yo.

Ahora debía centrarme en apresurarme a entrar por el final del pasillo y acomodarme rápidamente en mi mesa, para pasar desapercibido, no era la primera vez que lo hacía, más bien era cada día.

Mi mesa, no era demasiado grande, lo justo para poner el portátil y algún que otro cuaderno, porque entre montañas de papeles y objetos inútiles parecía una trinchera, digamos que el estilo zen, no iba conmigo, más bien era un estilo rococó, bastante cargado en su decoración. Sandoval mi redactor jefe, decía que le provocaba estrés solo verla y quizás tuviera un poco de razón, pero yo entre todo mi desorden, lo tenía todo muy ordenado. La ventaja estaba en que nadie osaba buscar un papel en mi mesa, era más fácil encontrar el Santo Grial.

Justo al fondo a mi izquierda tenía la cafetera, junto al ventanal, digamos que era la zona ocio y la más transcurrida de la redacción después del despacho de Sandoval, aunque allí poco ocio había, solo clases de idiomas muertos. Aquel rincón fue mi lucha durante los primeros meses de mi estancia, mis constantes viajes a la máquina de café de la primera planta,  donde los chicos de deportes se lo montaban bien y sabían que la cafeína, los mantenía en forma durante la jornada laboral, hizo que Sandoval accediera a poner una maquina de café de capsulas, pero pagada de mi bolsillo, la recolecta entre los compañeros de sucesos, fue un éxito, compré la más cara que había.

La redacción la ocupaban siete mesas de idéntico tamaño, tres en la banda de los ventanales y cuatro en mi lado, separadas por un pasillo. Al comienzo de la sala el despacho de Sandoval, un habitáculo cerrado, con sus típicas cortinillas de tiras, para impedir que cotilleáramos lo que sucedía en su interior, seguramente las bajaba cuando cerraba los ojos sobre aquel sofá marrón de piel que ocupaba uno de sus laterales.

Los amplios ventanales, con los primeros rayos de sol entrando en la redacción, lo hacían un lugar agradable, era mi hora favorita del día, mientras me hacia el primer expreso, contemplaba desde las alturas el despertar de la gran ciudad , el va y ven de coches y gente sin rumbo aparente pero con un destino predeterminado, madres tirando de niños, maletines tirando de trajes, carritos de la compra tirando de listas enormes , canes paseando a sus dueños aún dormidos y alguna que otra escoba bailando de banda a banda de la acera, limpiando la cara a la ciudad.

Todo era una coreografía, acompasada, independiente, pero vista desde la redacción cobraba sentido, cada bailarín tenía un papel relevante. En esos momentos me sentía un privilegiado, quizás a veces deberíamos detenernos y contemplar todo lo que sucede a nuestro alrededor, es algo maravilloso, que nos perdemos por puro egoísmo de solo pensar en lo nuestro y lo que sucede justo ante nuestros ojos.

Comentarios

  1. excelentes descripciones que hacen que estés físicamente en un lugar ficticio.....GENIAL!!!!!

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