CITACIÓN

 

 



Hola Fernando, acabo de ver tu mensaje, ¿qué sucede? –Abandoné la redacción y salí al pasillo para tener algo de privacidad. Sabía que esa urgencia de Fernando estaba relacionada conmigo.

Siento si te interrumpo algo importante, Toni. Pero acaban de entregarme una notificación del juzgado para ir a declarar. –Fernando hizo una pausa larga en su discurso, su voz se notaba acelerada igual que su respiración.

Tranquilo Fernando, yo también he recibido la citación hace unos minutos y ahora, sabiendo que tú también, empiezo a tener claro a qué se debe. – Conociendo que estaba el Ayuntamiento detrás de la denuncia solo podía ser una cosa.

– ¿Sí? ¿Tú también? Entonces tengo claro a qué se debe, la persecución por las calles del centro detrás del Audi negro. Pero ¿Quién? Y ¿Por qué ahora? – Fernando ató cabos rápidamente, tantos años al volante  y nunca había recibido una sola multa. Aquella carrera alocada también le iba a traer consecuencias.

Ha sido el Ayuntamiento, pero no es contra ti, es por mí, por publicar el artículo. Lo siento mucho Fernando. –No se merecía verse involucrado en una lucha que no era suya.

Entiendo, no quieren que sigas adelante. Pero no es culpa tuya, es mía, tú no me obligaste a nada yo decidí apretar el acelerador y he de asumir mí responsabilidad. – Estaba claro que no era su responsabilidad, pero no iba a entrar en un debate con Fernando.

Correcto Fernando, pero ahora debemos acudir a declarar y resolver esta situación. Tenemos la citación a las doce, nos vemos en media hora allí ¿te parece? –Fernando aceptó mí proposición y colgué.

Entré de nuevo a la redacción para exponerle la situación a Ana, la cual no puso inconvenientes para mi marcha hacía los juzgados.

Decidí ir caminando, el trayecto no era excesivamente largo, unos quince minutos a paso ligero, necesitaba airar mis pensamientos, la mañana estaba siendo bastante movidita y había que aclarar muchas cosas.

Los juzgados se encontraban en la plaza más céntrica de la ciudad, donde se cruzaban las dos arterias principales que atravesaban la ciudad, dividiéndola en un cuadrante cardinal, podríamos decir que era el punto cero, el corazón de la ciudad.

En el centro una gran zona verde, con una majestuosa escultura de Marcos I “El Protector” primer Conde de la dinastía del León, arrodillado rindiendo pleitesía a su espada, sujetándola con ambas manos y clavándola en el suelo. En su pedestal de granito, una placa en donde se podía leer: “Prometo defender y salvaguardar esta ciudad ante los ojos de nuestro Señor”. Palabras del Conde al jurar su cargo ante la ciudad.

La tradición popular situaba el emplazamiento de la estatua con el punto, donde se ajusticiaba a los condenados a la pena capital. Ejecución que era realizada por el mismísimo Conde a través de su inseparable hoja de hierro forjada. Leyenda que solo hacía que acrecentar el mito del fundador de la dinastía.

La plaza estaba rodeada de carriles por donde circulaban cientos de vehículos a todas horas. En el extremo sud, en la avenida que desembocaba en el mar, se encontraba el edificio judicial. Su historia se remontaba a unos cuantos cientos de años atrás y en sus sótanos se albergó la prisión de la ciudad.

Custodiada por las primeras fuerzas del orden, allí se impartía justicia y se cumplía sentencia. Hoy en día se conserva una parte de aquellas antiguas mazmorras, pero en su mayor parte estaba ocupada por un gran archivo documental, que era la viva historia de la ciudad.

El resto de edificios que envolvían la plaza eran modernos, sedes de importantes empresas y oficinas, alguna que otra entidad bancaria y varios concesionarios automovilísticos de alta gama.

En el lado opuesto, en la arteria que subía hacia la parte alta de la ciudad, se encontraba otro de los edificios emblemáticos de la ciudad con la misma solemnidad que el de Justica. Se trataba de la edificación de Correos, no tenía su origen en aquel punto, puesto que según los archivos se encontraba en el puerto, en la Camara de Comercio Marítimo donde había una gran actividad comercial y documental. Con los años, dada la importancia que adquirió se constituyó como ente independiente, levantándose el presente edificio para su ubicación.

Hay quienes dicen que el primer miembro oficial de Correos fue un tal Garrison, un inmigrante norte americano que había trabajado en el “Pony Express”. Al llegar a la ciudad y evidenciar el deficiente servicio postal, decidió poner a disposición de la ciudad y sus mandatarios sus valiosos conocimientos y larga experiencia.

La ciudad en agradecimiento a su aportación, recuerda su persona con una escultura de cobre en el vestíbulo del edificio. Donde Garrison aparece con una gran bolsa bandolera y el primer uniforme del cuerpo postal, destacando por encima de todo la mítica gorra yanqui. Hoy día emblema y logo de la compañía.

Al acercarme al edifico judicial pude ver que Fernando ya se encontraba en las escalinatas que daban acceso. Para la ocasión se había enfundando una americana, algo inusual en él, abandonando su típico chaleco abombado, eso sí siempre con camisa. Esta vez lucia una camisa azul, resaltando sus ojos claros, se había engominado el pelo, aunque seguía teniendo un aspecto de desenfado con el peine.

Casi no te reconozco, hasta parces alguien importante con esas vestimentas. Fernando estaba muy serio, había que relajar el ambiente.

Oye, que yo soy un tipo elegante, me vas a venir tu hablar de elegancia, que vas con americana y zapatillas deportivas ¿Dónde se ha visto eso? –Bueno, parecía que había conseguido romper esa rigidez.

Te falta una corbata, para poder tener algo de estilo. A mí no me hace falta como puedes comprobar. –Creo que por respeto no quiso replicar.

Accedimos al interior, unos arcos de seguridad y un agente de la autoridad, delimitaban el paso, tras cumplir el protocolo de seguridad accedimos al interior. Caminemos hacia el fondo del vestíbulo donde se encontraba un mostrador. Tras él, una mujer de mediana edad, con el pelo rubio y rizado, la cabeza baja, contemplado lo que parecía ser unos papeles. En la parte superior de aquel espacio y colocado de forma perpendicular a su cabeza, un cartel, donde se podía leer la palabra “información”.

Menos mal que esta vez, no la has liado al pasar por los arcos. –Me recriminaba Fernando con tono jocoso.

Venga que lo del aeropuerto no fue culpa mía, aquel detector de metales estaría estropeado. –Como odiaba esos cacharros y más si tenía que pasar por ellos junto a Fernando.

Tú, que eres un exhibicionista y te faltó tiempo para quitarte la ropa y quedarte en calzoncillos. Parecía que estabas jugando al strip poker, cada vez que pasabas y pitabas te hacían quitar una prenda, lástima que no lo hubiera  grabado. Todavía me pregunto qué llevarías encima para volver loca aquella maquina. –Fernando ya había olvidado a que venía y estaba con una sonrisa que no le cabía.

Perdone señorita, tenemos citación a las doce, me podría indicar dónde debemos acudir. –Le entregamos las citaciones, mientras Fernando seguía con sus delirios.

Me entregan sus documentos de identidad, por favor. –Por la cara que había puesto, diría que le habíamos interrumpido algo importante.

Sí, desde luego, aquí tiene el mío. –Y al acercarme a entregarle el documento, pude comprobar que estaba muy entretenida leyendo una revista de cotilleos que tenía sobre su escritorio. Fernando andaba auto registrándose en busca de la documentación, parecía que le había dado un tembleque.

Fernando que es para hoy, esta señorita debe tener mucho trabajo. –La funcionaria al oír mi comentario, levantó su mirada e intuí dos cuchillos clavándose en mí, mientras alejaba la revista de mi vista.

Ya está, por fin apareció, tenga. No mire demasiado la foto, es de hace tiempo y uno va mejorando con los años. –Miré a Fernando y me encogí de hombros, no era posible que estuviera flirteando con la funcionaria.

De acuerdo, aquí tienen sus documentos, tienen que subir a la tercera planta, allí encontraran el despacho del juez Castro. –Y su dialogo fue en exclusiva para Fernando, acabándolo con una pequeña sonrisa.

Ojalo que el juez que nos toque sea tan amable como usted, señorita.A este paso la denuncia iba a ser por acoso.

Seguro que lo es, los jueces son personas como usted y yo. –Y tras esa afirmación desvió su mirada hacía mi, dejándome claro que yo no iba incluido.

Momento que cogí a Fernando del brazo o no se hubiera movido del mostrador, ya se le había puesto la sonrisa tonta. Me lo llevé dirección al ascensor que se encontraba al final de la sala.

¿Pero a dónde vas? Su espíritu aventurero advirtió unas escaleras junto a los elevadores y decidió emprender la ascensión.

–Pues dónde nos ha indicado aquella señorita tan simpática. Yo necesito moverme, me paso el día sentado conduciendo. –Ante su rotunda exposición  no pude negarle que subiera aquella montaña de escalones.

La pantalla marcó el tres y se abrieron las puertas, mi solitario viaje apenas duró veinte segundos. Salí en busca de Fernando con la mirada puesta en las escaleras, esperando su aparición. Pasó más de un minuto y seguía sin aparecer ya me estaba temiendo lo peor, que hubiera vuelto a bajar para hacer una visita informativa.

 La sala estaba repleta de mesas, separadas entre sí por biombos, que delimitaban cada despacho en forma de cuadriculas. La primera de ellas ante mí, estaba abierta, pegunté y me emplazaron a esperar al fondo en una pequeña sala de espera. Al llegar me encontré a Fernando sentado en una de las cuatro butacas que la conformaba, en concreto en la más cercana a una pequeña mesita de color negro repleta de revistas, como no, de cotilleos.

¿Tú crees que es el momento de ponerse a mirar revistas del corazón? Llevo un rato buscándote, por lo menos podrías haberme esperado. – Yo comenzaba a estar nervioso y Fernando parecía un crío cuando lo llevan de excursión.

–Deberías hacer un poco más de ejercicio te veo un poco lento. Intento relajarme, tú debes estar muy tranquilo, tienes un periódico detrás de ti, pero yo no dispongo del mismo respaldo. –Mal interpreté su actitud, cómo no iba a estar nervioso cuando se encontraba allí por mi culpa.

Ya lo hemos hablado, déjame aclarar esto a mí. –No iba a permitir que Fernando fuese el daño colateral de mi irresponsabilidad.

Apareció en la sala un señor con un papel en la mano y leyó nuestros nombres, al identificarnos como tales nos acompañó hasta la puerta del despacho del juez.

Comentarios

  1. Muy bueno el Fernando este jajajaja

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  2. Un toque de humor dentro de esta trama tan interesante hace que el lector siga enganchado a esta historia que no para de tener giros inesperados.....

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