ELEFANTE DE MADERA

 


Siempre he admirado aquellas personas que han dejado todo para comenzar de nuevo, no importa el motivo, porque seguro que ha tenido que ser lo suficientemente grande para dar ese paso de gigante.

Vivimos en una sociedad en la que tenemos de todo y solo la capacidad de tu cartera te puede limitar el tener algo o no. Dejamos de pensar en todo  aquello que no se puede comprar con el dinero y que realmente es lo que nos hace ser las personas que somos.

 Por la cafetería pasaban especímenes de toda variedad, según la hora. Los más madrugadores eran los abuelos, que al canto del gallo ya estaban saltando de sus camas para ir buscar su menjunje de alcohol matutino, como coñacs, moscatel o anís. Yo les llamaba los dragones, porque después de engullir esos brebajes lo siguiente era sacar fuego por sus bocas.

Poco después aparecían, legiones de gente enfundada en trajes y corbatas atados a maletines, con poco tiempo y mal carácter. Una vez  pasaba la tempestad de soberbia llegaban los primeros currantes, con sus bocadillos envueltos en papel de aluminio, estos con sus monos azules estampados en manchas negras grasientas, o blancos, en el que el arcoíris se habían dejado caer en forma de brochazos con toda su variedad de colores, daban un nuevo ambiente a la cafetería y se pasaba del “usted” y “señor” al “oye tu”, y “ponme una birra”, cualquier académico de la lengua, haría referencia a la grandeza del idioma de Cervantes como vinculo social.

A media mañana aprecian carpetas y portafolios, acompañados de móviles, música y mucha risas, estudiantes liberando endorfinas y testosterona, bajo la atenta mirada de profesores, que seguían ejerciendo aún estando fuera de las aulas. Bebidas energéticas, para reactivarse al tostón de sus mentores y bollería elaborada con azúcar suficiente para levantar un muerto, desayunos energéticos, los llamaba Philippe.

Al mediodía, cervezas, olivas, bravas  y vermuts artesanales que estaban muy de moda, marcaban la hora del descanso para muchos y aquí no había distinción de grupos, era mí hora preferida del día, siempre que podía escaparme, acudía a este evento social, podía mezclarme y palpar de primera mano el pulso de la ciudad.

Y entre tanta gente, a esa hora llegaba Amadou, un chico senegalés, de veintisiete años, alto muy espigado, negro carbón como sus ojos, de amable mirada y sonrisa. Amadou llegó a nuestro país hacia dos años y en la ciudad apenas llevaba seis meses. Su llegada y su periplo por nuestro país, no había sido nada fácil, mafias, engaños, hambre, humillaciones, pero aquí estaba. Llevaba unas zapatillas blancas, tejanos negros y camiseta verde, pelo corto por los lados y algo rizado por arriba, acompañado de su maleta con ruedas, en la que llevaba todo tipos de objetos para vender, principalmente ropa y algo de bisutería.

Yo era asiduo cliente, sobre todo de las pulseras de cuero artesanales que traía, me fascinaban y eran típicas de mi atuendo diario. Amadou conocedor de mi gusto, siempre que tenía alguna novedad venía a presentármela, no tenía que darme muchas explicaciones porque sabía que tenía una venta garantizada y aunque no fuera así también se la compraba y acababa regalándose a alguien.

Buenas Amadou ¿cómo va el día? Hoy espero que vengas cargado de novedades, hacía días que no te veía. Normalmente Amadou, acudía a su cita con la cafería lunes y viernes, pero hacía dos semanas que no aparecía.

Hola Toni, hoy vengo con la maleta llena y tengo cosas que te van a gustar, tú comprar seguro. –Y sonreía, porque sabía que no le fallaría.

¿Qué te ha pasado que no venías últimamente? –Su cara cambió, bajó la mirada, algo no iba bien, si algo admiraba de Amadou, era que nunca perdía la sonrisa de su rostro, pocas personas que conozco podían tener un alma tan pura como la suya que a pesar de todo lo que había sufrido, siempre estuviera dispuesta a dedicar una sonrisa a los demás, sin ninguna pretensión, que no fuese la gratitud.

Bueno, yo tener problemas con la policía, no papeles y quitarme mí maleta, pedirme factura de todo lo que llevaba, pensar que lo había robado, ahora tener que empezar otra vez. No lo podía creer, que discapacitado mental, podía ser tan cruel para no ver que  su medio de vida, como el de tantos inmigrantes sin papeles, estaba en aquella maleta, sus ilusiones y sus esperanzas de seguir adelante iban envueltas en esa funda con ruedas.

No te preocupes Amadou, eso no quedará así te lo prometo, conozco alguien en la policía, que nos podrá ayudar. –Pensé en Nadia, quizás habría alguna posibilidad de que me echará una mano, aunque nos acabábamos de conocer y el favor que le tenía que pedir no era fácil.

¿Quieres tomar algo mientras me enseñas las novedades? Amadou era aficionado al café con leche y una de las madalenas caseras que hacía Philippe, pero yo lo tentaba a que probara el café solo, pero no había manera, decía: “eso no estar bueno”, cuanto le quedaba por aprender, pero todo a su tiempo.

Bueno, si tu insistir, una taza grande y una madalena. Y ya volvía a sonreír de nuevo tímidamente.

Philippe, pon lo de siempre a mi amigo.Y hazlo con mucho cariño.

Pero bueno, que acaso estas insinuando qué no hago las cosas con cariño, mira que el próximo café, te lo voy hacer descafeinado y de sobre. Tú, Amadou no deberías juntarte con gente como esta, que mira donde acaban las pulseras que te compra, en mis muñecas.

Venga Philippe, que será que no te gustan a ti también sus pulseras, incluso te he visto llevar algún polo de los que vende Amadou. –Philippe admitió con la cabeza gacha y le guiñó un ojo a Amadou.

Mira lo que he traído para ti, esto es un regalo, por que cuando esto se regala en mi país, es tradición de dar buena suerte. Amadou había abierto uno de los múltiples bolsillos de su maleta y había sacado un colgante de madera, era la talla de un elefante. Me dejó atónito ante semejante gesto.

No sé qué decirte Amadou, es precioso, lo colgaré en el llavero e irá conmigo a todas partes.  Amadou acabó de abrir su maleta y comenzó a mostrar a mí y al resto de clientes, todas sus novedades, la mayoría contribuían llevándose alguna cosa y al final de su visita, Amadou prácticamente se iba con la maleta vacía, pero a todos nosotros nos llenaba el corazón, de ver la lucha y la perseverancia de alguien que intentaba salir adelante a pesar de todos los inconvenientes que suponía su situación.

Yo, ya tenía suerte de poder conocer a gente como Amadou y recordarme que los gestos más impresionantes, pueden salir de una maleta, donde va una vida y que una sonrisa te llena si viene del corazón.

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