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UN DON OCULTO

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  De camino al Periódico, me acordé del Padre Ángel, no le había contestado a su interés por el desenlace de la citación. Así que decidí pasar a verlo y contárselo en persona. Como de costumbre, al acercarme a la iglesia del Sagrado Corazón, tenía la duda de si la habían cambiado de emplazamiento y su lugar estaba ocupado por una estación de autobuses. Una larga cola de autocares, estaban estacionados metros antes de llegar a la iglesia. Un devenir de gente se aglutinaba en la acera, unos esperando subir mientras otros bajaban de los vehículos. Señores con pantalones cortos, sandalias con calcetines blancos y por sí pasaran poco desapercibidos, enfundados en camisas hawaianas. Ellas no menos discretas, vestidos estampados de colores llamativos y un sin fin de flores, grandes pamelas recubriendo sus cabezas, complementadas con telescópicas gafas de sol. Y un elemento en común para todos ellos y ellas, su cámara de fotos. Daba pánico pasar entre tantos cazadoesr de recuerdos, con

SALUDO CORNUTO

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    El trayecto hacía la cafetería fue un suplicio. Fernando llamó a uno de sus empleados para que nos viniera a recoger y nada más subirse al taxi, no hizo otra cosa que conectar su móvil vía bluetooth al equipo de sonido para reproducir el dichoso disco del poster del juez Castro. Se pasó todo el trayecto cantado, bueno más bien balbuceando, porque su inglés no llegaba ni a gibraltareño. Lo malo es que estaba sentado en la parte delantera, de copiloto, sacando su brazo derecho por la ventanilla y haciendo el saludo cornuto. Parecía que no había escarmentado y tenía ganas de visitar otra vez al juez. – Esto no es serio Fernando, tú qué quieres ¿qué nos vuelvan a denunciar? –Bajé del coche, recriminado su actitud. – Venga Toni, la vida son cuatro días, no va a pasar nada porque te dejes llevar un poco. –Fernando abrió la puerta de la cafetería y entró saludando a lo metalero, yo lo dejé avanzar unos metros para que no me relacionaran con él. – Veo que la citación no ha ido del

JUSTICIA Y ROCK AND ROLL

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    La puerta de madera noble, nítida y de color negro, resaltaba con el blanco puro del pasillo. En su costado una placa de color dorado y en letras mayúsculas, se podía leer: “Su Ilustrísimo Señor, Don José María Castro, Titular   De La Sala Numero Uno De Lo Penal”. El señor, golpeó ligeramente dos veces con sus nudillos para advertir de nuestra presencia y pasado unos segundos la puerta se abrió. – Hola buenos días, soy el juez Castro y supongo que vienen por la citación que les he hecho llegar. –Su Ilustrísimo Señor, tenía unos cincuenta y cinco años. Si tenía alguna cana la disimulaba, puesto que llevaba el pelo rapado a la misma medida que su barba de pocos días. Yo andaba buscando la toga o algo que se le pareciera en su indumentaria, pero nada de nada, vestía pantalones tejanos de color azul y camisa azul marino, remangada con un par de vueltas en sus puños, ni si quiera una corbata. – Entren, no se queden en la puerta. –Castro se dirigió hacia su mesa, donde se sentó e